¿A quién culpar?



Una amiga que conoce el tejido social de la República Dominicana me comentaba, en la víspera de las elecciones congresionales y municipales del pasado 16 de mayo, que las discusiones sobre el voto consciente se quedan atrapadas en algunos foros de las redes sociales, en los medios de comunicación tradicionales, en los voceros de la sociedad civil y entre algunos intelectuales.
Porque a las masas, aquellas que son terreno fértil para la compra de votos por unas cuantas monedas, no les preocupa la debilidad de la democracia criolla o que un proceso electoral empañado por el uso de los fondos públicos de parte del Gobierno, refleje la fragilidad institucional del país.
Aunque en el fragor del análisis notaba demasiado pesimismo en la autora de esas ideas, sobre todo cuando se gestaba un movimiento de jóvenes que pedía la inclusión del "ninguno" en la boleta electoral, la teoría quedó verificada, lamentablemente una vez más.
Lo peor de todo es que cada cuatro años hay sectores sociales, políticos y económicos que se rasgasn las vestiduras cuando se palpa la crudeza del clientelismo político y cómo los dirigentes de los principales partidos -PLD, PRD y PRSC- utilizan la pobreza, la falta de oportunidades y la desesperanza para conseguir el voto que los convierte en seres privilegiados social y económicamente.
¿De quién es la culpa? Pues de nadie más que de la partidocracia criolla, esa que se ha rotado en el poder en los últimos 40 años y que, con sus cantos de sirena, sólo ha sabido servirse con la cuchara grande del pastel del poder.
Cada vez más lejos quedan el desarrollo sostenible, el aumento de la inversión en la educación, la promoción del empleo decente, en fin, aquellos aspectos que hacen a los individuos menos dependientes de la clase política.
De manera que nada es fortuito, a más pobreza más votos.

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